“Editorial: Es nuestra obligación” – Red Escénica Nº18

Andar preguntándose constantemente por la utilidad de la cultura puede parecer triste, puede significar falta de confianza y seguramente debería ser una duda desterrada de nuestro panorama, pero, sin duda, es un síntoma de varias cosas:

  • Nos importa lo que hacemos (nadie se pregunta para qué sirve algo que aborrece).
  • Somos unas privilegiadas.
  • Y estamos cansadas.

Cuando trabajas en un supermercado realizando una acción mecánica (pero sonriente) durante ocho horas, o te levantas a las cinco de la mañana para limpiar escaleras de viviendas que nunca te podrías permitir, o cuando barres las calles bajo el sol de agosto para que los demás puedan volver a ensuciarlas, simplemente, no te preguntas para qué sirve lo que haces. Eres una pieza más de un engranaje demasiado grande, tan grande que se pierde en el horizonte, dirigido por unas manos invisibles que nunca jamás llegarás a divisar. Tu trabajo sirve para tener un sueldo a fin de mes. Punto.

Pero somos trabajadoras de la cultura, artistas si queréis, y tenemos el privilegio de poder preguntarnos estas cosas. Tenemos incluso el privilegio de hablar de lo que nos dé la gana. Escribimos historias. Tenemos el privilegio de visibilizar a aquellas personas más invisibles. Somos productoras. Tenemos el privilegio de pararnos a reflexionar sobre aquello que hacemos.

O lo teníamos.

Sin embargo, estamos agotadas. Muy agotadas. Sin entrar en detalles sobre lo que pasará a partir de ahora en todos los territorios gobernados por la derecha (más o menos extrema, si es que acaso hay diferencias), prácticamente todos los días nos encontramos con personas, grupos o asuntos que nos arrastran hacia la duda.

Desde el cuñado pesado que constantemente quiere dejar claro que el futuro está en las series, que sólo si pegas el “petardazo” puedes vivir de la cultura, y que si blablabla blabla… hasta el padre que, con todo su amor, y con tus cuarenta años más que cumplidos, aún te sugiere cada día que te busques un trabajo digno. Pasando, por supuesto, por el concejal o concejala de cultura y demás anexos que, intentando defender el arte, acaba destinando la mayor parte de su presupuesto, ya de por sí mínimo, a fiestas y derivados (la cultura es festiva, por supuesto, pero no toda la fiesta es cultura); o por todas las administraciones públicas que te piden hasta la marca de calzoncillos usados por el técnico de sonido para justificar una ayuda económica que, con suerte, cobrarás seis meses después de tu estreno; o por toda esa opinión pública que nos llama “subvencionados”, como si el sector empresarial (grande y pequeño, pero sobre todo grande) no recibiera también subvenciones (muchas veces más suculentas, de forma nominativa y con una lupa un poco más borrosa con el tema de los calzoncillos).

(Nota: alguien debería hacer un estudio sobre el porcentaje de dinero público destinado a cada uno de los sectores económicos).

Así que, “¿Para qué sirve mi trabajo?” es también la pregunta que cualquier persona que se dedique a las artes escénicas y la cultura se hace después de cada jornada interminable de trabajo. Después de tantas horas de esfuerzo, de ir superando obstáculos con la mejor de las ilusiones, de hacer de la multitarea una virtud, de sacar adelante proyectos que parecían destinados al fracaso desde su mismo nacimiento, una se tira en la cama y además de confirmar en el reloj que apenas tiene seis horas para dormir, se pregunta, una noche más, si todo esto vale la pena.

Porque aunque no lo parezca, aunque este sector a veces tenga formas y procesos diferentes a los de una fábrica de baterías para vehículos eléctricos, también las artes son una pieza de engranaje de nuestro santo capitalismo. Difícil, por no decir imposible, es realizar tu trabajo con los tiempos y los cuidados necesarios. Algunas intentamos poner piedras en el camino y convertir las escenas en armas arrojadizas contra el consumismo, la velocidad y la hiperproducción, pero, al final, tenemos que comer, vivir bajo un techo, pagar gastos, sobrevivir.

(Nota: Los que estén pensando en todos esos actores millonarios, por favor, que miren las tasas de desempleo entre los intérpretes de la Comunidad Valenciana).

Así que, ante este panorama de lucha constante, cada día me despierto creyendo que todo es posible.

Es mi obligación.

Ahora más que nunca.

Si tenemos el privilegio de escribir historias, por favor, escribamos las historias que de verdad importan. Ya no hay tiempo que perder. Acabemos con la era del entretenimiento. Pongamos en palabras, en proyectos, en escenografías y vestuarios, en cuerpos, en pantallas, en lienzos, todo aquello que aún nos queda por decir. El tiempo de la cultura vacía se acabó. Es momento de colgar la bandera de la utopía.

Hablemos de violencia machista.
Hablemos de migraciones.
Hablemos de pobreza.
Hablemos de fascismo.
Hablemos de explotación laboral.
Hablemos de la explotación del planeta.
Hablemos de abuso de poder.
Hablemos de sexualidades libres.
Hablemos del fin del capitalismo.

Y no, aunque todos estos temas a algunos les puedan parecer derrotistas, tristes o apocalípticos, no tienen porqué serlo. Hay que ver el problema para poder resolverlo, hay que hablar del problema para poder enfrentarnos. Y es necesario visibilizar y defender todas esas nuevas miradas que nos recuerdan que todo es posible. Llamadme política.

Las cinco artistas que he seleccionado para hablar del tema ofrecen cinco de estas miradas. Están tremendamente hartas, exhaustas, quizá a punto de tirar la toalla, pero sus trabajos están cargados de utopías. Sus proyectos están llenos de pequeñas (o grandes) armas arrojadizas contra el capitalismo. Sus obras son políticas. Sus vidas, como las de todos ustedes, son políticas. Porque saben que si se dejan llevar por la corriente, si nos dejamos llevar por la corriente, cualquiera de nosotras puede acabar con una estocada en el goyete.

 

PUBLICACIÓN ORIGINAL EN https://www.redescenica.com/editorial-es-nuestra-obligacion/
20/06/2023, Red Escénica, Valencia